Dentro de las competencias enunciadas en la LOMCE me he quedado con esta, no por considerarla la más importante, puesto que todas tienen su justa importancia en la dirección de un centro educativo, sino por ser la más cercana a mi desempeño actual como asesor de formación.
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“Ejercer la dirección pedagógica, promover la innovación educativa e impulsar planes para la consecución de los objetivos del proyecto educativo del centro.”
Como versa en el texto de este módulo del curso, “El Aprendizaje basado en proyectos (ABP), el flipped classroom, las inteligencias múltiples, el aprendizaje basado en el juego – gamificación, el pensamiento computacional, aprendizaje por indagación-investigación, aprendizaje servicio, mindfullness, y un largo etc. de nuevas, no tan nuevas y emergentes metodologías que están cambiando los modelos curriculares y la forma de entender la educación en nuestras aulas.”
La sociedad actual avanza mucho más rápido que los modelos metodológicos, las normativas educativas, o los lugares físicos donde se imparte docencia. Es por esto de vital importancia que al menos las personas que sí pueden adaptarse, dentro de su autonomía docente, a la realidad de los tiempos, estén en una observación, reflexión y formación constantes, que puedan trasladar al aula enriqueciendo, o no entorpeciendo, la mejora del aprendizaje de su alumnado.
El colectivo docente no debería ser ajeno a esta premisa, máxime cuando trata con personas que van a ser los ciudadanos del mañana (Castañeda & Adell, 2011). Si los docentes queremos que nuestros alumnos sean competentes en un futuro, nosotros somos los primeros que debemos ser competentes en los diferentes ámbitos de la vida para así poder transmitirles con nuestro ejemplo lo que se espera de ellos (Cardona, 2008).
Para poder implantar en educación estos cambios metodológicos y poder plasmar con unos mínimos de calidad las innovaciones que la sociedad va demandando, la formación de los docentes juega un papel sumamente importante; una formación continua y de calidad del personal docente del centro garantizará un colectivo unido y motivado hacia un cambio necesario en nuestros días. Cualquier persona, independientemente de la profesión que realice, debe seguir formándose a lo largo de la vida, esto, que es una premisa obligatoria en la empresa privada, no siempre se cumple en la pública.
Erróneamente hay quien piensa que la formación de un docente termina una vez alcanzado un grado que le habilite para ejercer la profesión, pero si queremos ser éticos y responsables con nuestro acometido, debemos seguir formándonos y estar al día, actualizando conocimientos y también metodologías. Cada día surgen conocimientos nuevos, la sociedad es cambiante y además, la tecnología, entre otros, origina nuevas formas de trabajar y aprender. Todo ello hace que día a días surjan también nuevas competencias con las que el docente debe estar familiarizado (Perrenoud, 2004).
El “sedentarismo pedagógico” al que algunos/as docentes se acostumbran, hace en la mayoría de los casos caer en una desgana por su oficio, que se contagia al alumnado y al resto de compañeros/as y que además, no se adapta a la realidad del mercado laboral, ni social.
Por último dejar una frase que me gusta mucho,
“Lo que no mejora, siempre empeora”.